Durante julio, la temperatura media global alcanzó un registro récord de 17,18 grados centígrados según informó la Agencia Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos. Los científicos del Panel Intergubernamental contra el Cambio Climático (IPCC) han advertido a través de sucesivos informes que estos récords no demorarán en romperse.
El 5 de julio se convirtió en el día más cálido de la historia del planeta desde que se tiene registro, esto sucede en un contexto de emergencia ambiental, en el que diferentes países alrededor del mundo están superando sus niveles históricos de temperatura. Entre los múltiples ejemplos, se destacan los 66, 7°C en Irán, o los casi 47°C en Italia. Esto no solo no va a detenerse, sino que los expertos advierten que la temperatura podría seguir en aumento; según la Agencia Especial Nasa, el mes de julio será el más caluroso de los últimos 100.000 años.
En nuestro país, la situación no es diferente, superamos los 40 grados centígrados en verano en distintos puntos y estamos viviendo un invierno atípico y algunas provincias, como Formosa, Chaco y Santiago del Estero, superaron recientemente los 30°. Problematizando aún más la situación, comienza la temporada de incendios que se repite año tras año y que arrasa con cientos de miles de hectáreas, poniendo en jaque diferentes ecosistemas.
La tierra se calienta, se incendian los bosques y el sistema agro exportador avanza sobre los territorios. Justamente los árboles y la vegetación, cumplen un rol fundamental para mitigar con los efectos del cambio climático: son reguladores naturales de la temperatura, los sistemas forestales tienen la capacidad de captar el dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera y, gracias a un proceso químico complejo, generan un subproducto vital: el oxígeno. Según el Sexto Informe de Evaluación del IPCC, se estima que a escala global la cantidad de carbono presente en la biomasa viva de la vegetación es de entre 450 y 650 gigatoneladas, por lo tanto, su función como reguladores del clima es importantísima y está en riesgo ante la tala indiscriminada.
En esta misma línea, el coordinador del Programa Forestal del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), Pablo Peri, afirma que “hoy perder bosques es también perder la capacidad de fijar carbono en un marco de cambio climático”. Sumado a esto, destacamos sus múltiples servicios ecosistémicos, desde proveer alimentos, agua y madera, controlar la erosión y su incidencia en los sistemas hidrológicos.
En este contexto de olas de calor, inundaciones y fenómenos climáticos extremos, la conservación y la forestación deberían constituirse en lineamientos incuestionables. Pero la verdad es otra: según datos del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación perdimos en Argentina entre 1998 y 2018, 6,5 millones de hectáreas de bosque nativo. Es más, 2,8 millones de ellas, es decir, el 43% fueron desmontadas entre los años 2008 y 2018 a pesar de estar vigente la Ley de Bosques. Otro dato alarmante que nos lleva a reflexionar sobre la trasgresión de las normativas ambientales es que el 52, 8 % de las hectáreas arrasadas fueron en zonas prohibidas por la citada ley.
Ante lo expuesto, no caben dudas de que estamos enfrentando una crisis climática donde los modos de vida y las condiciones de subsistencia están en juego, es decir, el derecho constitucional a gozar de un ambiente sano y a la salud de los pueblos. Esta situación nos ha llevado a atravesar los límites ecológicos de la tierra, conocidos como “puntos de no retorno climático”, por lo tanto de aquí en más si queremos reducir los efectos del cambio climático, debemos optar por la conservación y protección de los bienes comunes, en este caso los bosques.
La problemática ambiental debería ser prioridad en las agendas de los gobiernos, es nuestro deber como sociedad exigir a nuestros representantes para que toda política pública tenga una perspectiva ambiental y ecológica, en pos del bienestar de la comunidad.
Fotos: Lisandro Concatti – Nox News.