A sus 83 años, murió en soledad el asesino que marcó precedente en materia de delitos de género. Ricardo Barreda fue el autor del cuádruple femicidio de Gladys McDonald, Elena Arreche, y Cecilia y Adriana Barrera.
De un ataque al corazón y en plena libertad. Así murió el odontólogo que en 1992 asesinó a sangre fría a todas las mujeres de su familia. Su deceso se produjo en el geriátrico del Rosario de Buenos Aires, donde estaba previamente internado.
Poco se sabe de su esposa, suegra e hijas. Contrario a la “fama” que atravesó la figura de Barreda durante todos estos años, en la agenda mediática nunca se habló de Gladys, Elena, Cecilia y Adriana más que para cronicar de forma reiterada la mañana del cuádruple femicidio.
“Andá a limpiar que los trabajos de ‘conchita’ son los que mejor te quedan, es para lo que más servís. No era la primera vez que me lo decía y me molestó sobremanera”. Así se escudó Barreda desde el inicio de su condena. Un supuesto profesional atareado, que sufría violencia verbal en su casa. Según el femicida, el “conchita” final fue el detonante que selló el destino de las mujeres de su familia.
En 1995 le dictaron una condena a prisión perpetua para estar 11 años preso en la Unidad 9 de La Plata. Tras solicitarlo, en 2007 obtuvo el beneficio de la prisión domiciliaria por buena conducta, lo que le permitió la convivencia con su pareja, Berta André, en un departamento de Belgrano.
En 2014 volvió a prisión en el penal de Olmos tras las denuncias de André por violencia de género. Sin embargo, su tiempo de reclusión cesó nuevamente: en 2015 fue puesto en libertad condicional hasta que al año siguiente se consideró cumplida su condena.
La figura del monstruo
Durante todos estos años, entre publicaciones y chistes, Ricardo Barreda se convirtió en una suerte de “espíritu animal” en el que algunos varones canalizaban su odio en el confort de la complicidad machista.
“El pija” como le titularon Las12, desde un principio se valió de un insulto referido a la anatomía femenina para enarbolar su lugar de víctima. “San Barreda”, como le idolatraban los machistas, se convirtió en una especie de santo patrón de un concepto deformado de violencia de género.
El periodismo policial del momento, no escatimó en detalles mórbidos sobre las muertes de Gladys, Elena, Cecilia y Adriana. Tal es así, que cuando pensamos en “conchita” automáticamente reproducimos aquellas escenas que deambularon nuestro imaginario televidente.
Su modus operandi, contrario a su coartada mediática, demostró una planificación previa. Poco se conoció sobre su asistencia a clases de criminalística e interés en la temática, su accionar sigiloso al ocultar evidencias y la vía de llevar a sus víctimas al último rincón de la casa familiar para ejecutarlas.
Su reacción pacifista posterior a los femicidios, no hizo más que acentuar sobre Barreda la figura del psicópata. Una patologización tal, que lo llevó a permanecer en el imaginario popular como un sujeto común que simplemente un día, ya carente de paciencia para soportar las “burlas”, perdió los estribos.
Al final de su vida, fue confinado al olvido de sí mismo. En 2016, al poco tiempo de obtener su libertad fue fotografiado en un hospital de Pacheco, visiblemente desmejorado y afirmando llamarse distinto. Al año siguiente dijo estar arrepentido del cuádruple femicidio. “Me arrepiento de haber asesinado a las cuatro, sí. No vamos a establecer diferencias” le habría admitido a un enfermero del hospital.
Aún tras su fallecimiento, el tratamiento periodístico giró en torno a su muerte, como la de quien finalmente fue ajusticiado en vida por lo que hizo. Hasta la actualidad, poco se sabe de Gladys, Elena, Cecilia y Adriana más que su vinculación con Barreda y proyectos de vida frustrados.
🟣 Si sos víctima de violencia de género o conoces alguien que está sufriendo, comunicate de manera gratuita las 24 horas los 365 días, a través de la línea 144, por WhatsApp al 1127716463, por mail a linea144@mingeneros.gob.ar o descargando la app.