Pocas frases de la política argentina envejecieron tan mal como esa que Carlos Saúl Menem pronunció en su campaña presidencial de 1989: “No los voy a defraudar”. Una promesa hecha desde el corazón del peronismo ortodoxo que terminó por desdibujarse en una década de privatizaciones, pizza con champán, corrupción estructural y un neoliberalismo sin culpas.
Menem fue el último presidente argentino en generar un culto de la personalidad tan marcado como desconcertante. Gobernó con una mezcla de carisma riojano, devoción por el poder y un pragmatismo desinhibido. Para sus seguidores fue un estadista modernizador; para sus detractores, el gran vendedor del Estado.
El riojano que sedujo al país
Nacido en Anillaco, La Rioja, en 1930, hijo de inmigrantes sirios, Menem fue abogado y militante del peronismo desde joven. Se autodefinía como “el mejor discípulo de Perón”, aunque su carrera estuvo plagada de giros ideológicos tan veloces como su Ferrari.

Tras ser gobernador de La Rioja en dos oportunidades, llegó a la presidencia en 1989 en medio de una grave crisis económica, con hiperinflación de más del 3.000 % anual, saqueos y descontrol institucional. Prometía un “salariazo” y una “revolución productiva”. Lo que siguió fue exactamente lo contrario.
De la revolución productiva al “ramal que para, ramal que cierra”
Ya en el poder, Menem abrazó sin pudor el modelo neoliberal. Bajo el ala de Domingo Cavallo, su ministro de Economía, impulsó la convertibilidad —el sistema cambiario de un peso igual a un dólar— y una ola de privatizaciones sin precedentes: más de 60 empresas estatales, entre ellas YPF, Aerolíneas Argentinas, ENTEL, los ferrocarriles y el Correo, pasaron a manos privadas. Según datos de la Auditoría General de la Nación y estudios económicos posteriores, muchas de esas ventas se hicieron con opacidad, denuncias de corrupción y un alto costo social.

“Ramal que para, ramal que cierra”, dijo sin titubear al cerrar cientos de líneas ferroviarias, dejando sin empleo a más de 70.000 trabajadores. Fue una época en la que se hablaba de “modernizar” la Argentina, pero los efectos sociales fueron devastadores: desempleo, precarización y un Estado ausente.
La Argentina de los ’90 vivió una paradoja: estabilidad monetaria con un trasfondo de desigualdad creciente. Los ricos se enriquecieron, la clase media se endeudó y los sectores populares quedaron a la deriva. El desempleo, que era del 7,6 % al inicio de su gobierno, alcanzó el 18,4 % tras la crisis del Tequila de 1995 y cerró su segundo mandato en torno al 17,5 %, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec).
En 1989, 38% de las viviendas estaba por debajo de la línea de la pobreza, efecto heredado de la hiperinflación de los últimos meses del gobierno de Alfonsín. Aunque a final de su primer mandato -en 1995- logró bajar este índice al 22%, hacia el final del segundo mandato de Menem, la pobreza volvió a escalar. En octubre de 1999, cuando se celebraron las elecciones presidenciales que consagraron a Fernando de la Rúa, el 27% de la población se encontraba bajo la línea de pobreza, según las estimaciones oficiales de la época.
Menem, sinónimo de pizza con champán, deuda y marketing
Menem cultivó un estilo de vida excéntrico: manejaba autos deportivos, usaba trajes Armani, jugaba al golf con el presidente estadounidense George Bush y seducía a modelos y estrellas de televisión. “Estamos condenados al éxito”, decía, mientras el país se endeudaba a velocidad récord.

Durante su presidencia, la deuda externa pasó de unos USD 65.000 millones en 1989 a casi 145.000 millones en 1999, duplicándose en diez años. El crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) promedió un 3,4% anual, pero con grandes desequilibrios: desindustrialización, concentración de la riqueza y un Estado cada vez más endeudado.
Fue en su época cuando se consolidó el fenómeno de la farandulización de la política. La Casa Rosada parecía una pasarela televisiva, con Carlos Menem Jr. y Zulema Yoma como personajes centrales del folclore político-familiar. Menem entendió antes que nadie que gobernar era también un show.
Corrupción, impunidad e indultos
La contradicción entre su origen peronista y las políticas neoliberales que aplicó fue objeto de debates eternos, aún hoy vigentes bajo el gobierno de Javier Milei. Sin embargo, logró lo que pocos líderes hicieron: mantener al PJ unido mientras aplicaba medidas que habrían escandalizado a Juan Domingo Perón.
Su alianza con sectores conservadores, empresarios, medios de comunicación y hasta con la Iglesia Católica cimentó su poder durante una década.

Los gobernadores obedecían, los sindicatos negociaban y los jueces miraban para otro lado. El menemismo fue, sobre todo, un régimen de fidelidades bien aceitadas.
Los escándalos de corrupción marcaron su gestión. La venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia, la explosión en la Fábrica Militar en Río Tercero, el encubrimiento del atentado a la AMIA y la misteriosa muerte de su hijo Carlos Jr. son heridas abiertas de esa época. Menem fue procesado y condenado por contrabando agravado y enriquecimiento ilícito. Fue senador nacional hasta poco antes de su muerte en 2021.
Menem global
En el plano internacional, fue un aliado firme de Estados Unidos. Participó en la Guerra del Golfo, acercó a Argentina a la OTAN y propuso relaciones “carnales” con Washington. Su admiración por el modelo norteamericano era explícita.
En la región, su figura fue controvertida. Mientras promovía el Mercosur, mantenía distancias con gobiernos progresistas y se mostraba más cercano a figuras como Alberto Fujimori (Perú) o Salinas de Gortari (México). En términos diplomáticos, Menem fue un equilibrista, un operador pragmático más que ideológico.
“Síganme”: el Menem del prime time
A más de 30 años de su llegada al poder, Carlos Menem vuelve a ser noticia gracias a la serie Síganme, estrenada en Amazon Prime Video. Protagonizada por Leonardo Sbaraglia, la ficción propone un retrato dramatizado -y polémico- del ascenso, el poder y las miserias del expresidente.
La serie promete mostrar al “hombre detrás del mito”, aunque desde el primer tráiler ya se intuye un enfoque estilizado. ¿Puede una ficción captar las complejidades de un personaje que fue tan amado como odiado?
Un legado incómodo
A pesar de los años, Menem sigue siendo una figura incómoda para el peronismo. Fue el presidente que llevó al PJ al altar del libre mercado, que firmó indultos a los genocidas de la última dictadura militar, y que hizo del cinismo político una marca registrada.
Pero también fue el que entendió como nadie el espectáculo de la política. Un precursor del marketing personal, del uso del show para gobernar, y de la confusión entre gestión y relato.
“Estoy tranquilo con mi conciencia”, decía. Y quizás lo estaba.